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Después que Nuestro Señor Jesucristo, (…) predijo su pasión diciendo que, si el grano de trigo lanzado a la tierra no muere, se queda solo; pero, si muere, da mucho fruto; después de exhortar a quienes lo quisieran seguir al reino de los cielos a tener odio a su alma en este mundo si desean conservarla para la vida eterna, nuevamente acomoda sus afectos a nuestra debilidad, pronunciando las [siguientes] palabras: Pero ahora mi alma está turbada. ¿Por qué, Señor, está turbada tu alma? Ya lo has dicho hace poco: Quien aborrece a su alma en este mundo, la reserva para la vida eterna. ¿Amas tú a tu alma de modo que llegue a turbarse ante la hora de salir de este mundo? ¿Quién se atreverá a afirmar tal cosa del alma del Señor? Nos trasplantó a nosotros en Él; nuestra cabeza nos tomó sobre él, puso sobre sí el afecto de sus miembros; por eso no es turbado por otro, sino que Él se turbó a sí mismo, según se dijo de Él cuando resucitó a Lázaro. Era conveniente que el único mediador entre Dios y los hombres, así como nos movió a las cosas más elevadas, así también padeciese con nosotros las cosas abyectas. Le oigo decir: Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado: si el grano muere, produce mucho fruto. Oigo decir: Quien aborrece a su alma en este mundo, la guarda para la vida eterna. No debo contentarme con admirarle; tengo el precepto de imitarle. Y con las palabras siguientes: Quien me sirve, que me siga, y donde yo estoy, estará también mi servidor, me enciendo en deseos de despreciar al mundo, y nada es para mí el soplo de esta vida, por prolongado que sea; el amor a las cosas eternas me envilece las temporales; y nuevamente oigo la voz de mi Señor, el cual con aquellas palabras colocó mi debilidad sobre su firmeza; nuevamente le oigo decir: Ahora mi alma está turbada. ¿Qué significa esto? ¿Por qué mandas que te siga mi alma, cuando veo turbada la tuya? ¿Cómo podré sufrir yo lo que infunde pavor a tu fortaleza? ¿Qué apoyo he de buscar, si la piedra fundamental sucumbe? Pero en mi meditación me parece oír la respuesta del Señor, que me dice: Me seguirás más decidido, porque yo me interpongo para que tú seas fuerte; oíste la voz de mi fortaleza a ti dirigida, oye en mí la voz de tu debilidad; te doy fuerzas para que corras, y no freno tu velocidad, sino que trasplanto en mí tu temor y te abro camino para que pases. ¡Oh Señor, mediador, Dios sobre nosotros, hombre por nosotros!, reconozco tu misericordia, porque, siendo tú tan grande, te turbas libremente por tu caridad, para consolar a los muchos que en tu cuerpo son turbados necesariamente por su debilidad, a fin de que no perezcan desesperándose. Quien quiera seguirle escuche por dónde debe seguirlo: Llegó la hora terrible, se propone la disyuntiva: o cometer una iniquidad o sufrir el tormento; se turba el alma débil, por la cual espontáneamente se turbó el alma invicta. Antepón la voluntad de Dios a la tuya. Escucha, pues, lo que añade tu Creador y Maestro, que te hizo, y que para enseñarte se hizo Él lo que hizo: se hizo hombre aquel que hizo al hombre, y, permaneciendo Dios inconmutable, cambió al hombre para mejor. P. Max Alexander.
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