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“No os dejéis sorprender, hijos predilectos, al ver que mi Adversario hace cuanto puede por obstaculizar mi Obra.
Su arma preferida es insinuar dudas e incertidumbres sobre todo lo que Yo mismo estoy llevando a cabo en la Iglesia. Se esfuerza por fundamentar estas dudas en razones que, en apariencia, se manifiestan como sólidas y justas. Él lleva así a una actitud de crítica a cuanto os digo, aun antes de aceptar y comprender mis palabras.
Veis, por ejemplo, cómo hermanos vuestros, culturalmente preparados y a veces peritos y maestros en ciencias teológicas, rechazan lo que os digo porque filtran a través de su mente, pletórica de cultura, cada una de mis palabras.
Así encuentran dificultades insuperables, aun en aquellas frases que, para los sencillos y pequeños, aparecen tan evidentes.
Mi palabra sólo puede ser comprendida y aceptada por quien tiene una mente humilde y dispuesta, un corazón sencillo y unos ojos limpios y puros. Cuando la madre habla a sus hijos, ellos la escuchan porque la aman, hacen cuanto les dice y, así, crecen en el conocimiento y en la vida.
No pueden considerarse hijos suyos los que la critican aun antes de escucharla, los que rechazan cuanto dice aun antes de ponerlo en práctica. Éstos, por más que crezcan en ciencia, no pueden crecer en sabiduría y vida.
Os digo esto para que no os turbéis si oís decir que incluso doctores y maestros encuentran dificultad en mis palabras, mientras que todo parece tan claro y sencillo al que Yo llamo a ser pequeño.
Mirad a vuestra Madre celestial, que sabe bien, a dónde y cómo conduciros para que se cumpla el designio de su Corazón Inmaculado.
No os dejéis desanimar ni sorprender por las dudas y por la perplejidad, que podrán aumentar todavía, pero sin perjudicar en absoluto a esta gran Obra de Amor mía.”
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