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Pensamiento bíblico:
Dice la Carta a los Hebreos: -Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado (Hb 12,1-4).
Pensamiento franciscano:
Decía san Francisco: -La virtud ahuyenta al vicio. Donde hay caridad y sabiduría, allí no hay temor ni ignorancia. Donde hay paciencia y humildad, allí no hay ira ni desasosiego (Adm 27,1-2).
Orar con la Iglesia:
Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es nuestro auxilio.
-Por la Iglesia: para que permanezca fiel al Evangelio y al hombre de hoy, soportando con entereza todas las contrariedades.
-Por los que luchan tenazmente por un mundo más justo: para que no se cansen ni pierdan el ánimo ante la oposición e incomprensión que les sobrevenga.
-Por las familias desunidas, vacilantes, sin amor: para que, renunciando al egoísmo, encuentren la verdadera felicidad.
-Por nosotros los creyentes: para que seamos capaces de comprender y asumir también las palabras duras y difíciles de Cristo.
Oración: Señor Dios, infunde tu amor en nuestros corazones para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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«¿PENSÁIS QUE HE VENIDO A TRAER AL MUNDO PAZ?»
Benedicto XVI, Ángelus del 19 de agosto de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo [XX del T. O., Ciclo C] hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien. Mientras va de camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, Cristo dice a sus discípulos: «¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división». Y añade: «En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lc 12,51-53). Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, «es nuestra paz» (Ef 2,14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice -según la redacción de san Lucas- que ha venido a traer la «división», o -según la redacción de san Mateo- la «espada»? (Mt 10,34).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en «instrumentos de su paz», según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21) y pagando personalmente el precio que esto implica.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.
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