¡María Inmaculada, bondadosísima Soberana mía, cuánto me regocijo en ser tu esclavo de amor! Te entrego y consagro mi cuerpo y mi alma, con todos mis bienes interiores y exteriores, naturales y sobrenaturales, pasados, presentes y futuros. Quiero también en este día ganar cuantas indulgencias pueda y te las entrego. Queridísima Madre mía, renuncio a mi propia voluntad, a mis pecados, disposiciones e intenciones; quiero lo que tú quieras; me arrojo a tu Corazón abrasado de amor, divino molde…
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