Testimonio de Japo, el payaso que hizo reír al Papa Juan Pablo II
A veces imaginamos a los santos como seres celestiales, inalcanzables, impolutos, que están más allá de todo alcance, sin defectos humanos. Sin embargo, la santidad no está reñida con el humor y la alegría.
San Francisco de Sales, testigo de la alegría y la afabilidad, decía “un santo triste es un triste santo”. Don Bosco era muy bromista. Santa Teresa de Ávila resultó una especialista en poner cariñosos apodos. San Felipe Neri lo llamaban “el bufón de Dios” por su costumbre de divertir con sus ocurrencias a los cardenales de Roma. San Bernardino de Siena nunca cesaba de reír y bromear. Santo Tomás Moro no admitía a nadie a compartir una comida con él si no sabía contar chistes. Este último santo tiene una historia particular. Un sentido del humor inglés no exento de dificultades.
Tomás Moro (1478-1535) era abogado. Una de las figuras más brillantes del Renacimiento. Su enorme cultura le valió el cargo de canciller del rey Enrique VIII. Cuando éste rompió con la Iglesia Católica proclamándose Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, se deshizo de él. Lo acusó injustamente a través de calumnias y fue arrestado y encarcelado. Cuando el rey mandó a que lo decapitaran, al pie del cadalso, agotado por los tres meses de prisión, cuando tuvo que subir los escalones para que le cortaran la cabeza, Tomás Moro, no pudo con su genio y su último acto público fue un acto de humor. Le dijo a su verdugo: “le ruego, señor teniente, ayúdeme a subir; en cuanto a bajar, deje que ruede por mí mismo”.
Fue canonizado en 1935 y en el año 2000, Juan Pablo II lo proclamó patrono de los políticos ya que se empeñó por el bien común sin importarle sus intereses personales siendo coherente hasta el fin. Su humor fue parte de la virtud de la fortaleza, llena de caridad.
Ésta es la conocida oración de santo Tomás Moro pidiendo, entre otras, cosas el don del sentido del humor.
«Señor, dame una buena digestión y -naturalmente- algo para digerir.
Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla.
Dame un alma sana que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro,
de manera que frente al pecado no me escandalice
sino que sepa encontrar la forma de ponerle remedio.
Dame un corazón que no conozca el aburrimiento, las quejas, los suspiros y los lamentos.
No permitas que me tome demasiado en serio,
ni que me invada mi propio ego.
Dame el sentido del humor, dame el don de saber reírme,
a fin de que sepa traer un poco de alegría a la vida
haciendo partícipes de la misma a los otros.
Amén».
El sentido del humor se puede cultivar. También puede degradarse y volverse superficial, vulgar, arrogante, dañino y humillante. La espiritualidad no tiene que ser triste y acongojada. Al contrario, está asociada al humor sano y a las virtudes. Tanto la espiritualidad como el sentido del humor nos cambian la mirada de las cosas y nos ayudan a generar otra actitud.
La calidad de vida y la salud dependen -en gran medida- del humor. Existen terapias de risa. Todas las realidades, hasta las más crudas y dramáticas, pueden ser asumidas -con respeto- desde el humor. El padre del psicoanálisis Sigmund Freud decía que "todo chiste en el fondo encubre una verdad".
Hay quienes hacen del humor su profesión. Los humoristas son profesionales del humor para los adultos y los payasos son profesionales del humor para los niños. El misterio de los payasos está en el candor, la pureza, la ingenuidad, la inocencia, la ternura que transmiten. Cada payaso con su cara pintada y su ropa multicolor nos enseña que la vida es hermosa.
Los payasos nos descubren que reír es un don y una sabiduría elemental y profunda: ¿alguna vez te imaginaste la cara de Jesús pintada como un payaso, haciéndonos reír y diciéndonos que no olvidemos el secreto de la música del alma que está en cada risa y en cada sonora carcajada?
http://babyseals.ning.com
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