Bendíceme, oh María auxiliadora; y que tu bendición santísima permanezca en mí noche y día, en la alegría y la tristeza, en el trabajo y en el descanso, en la salud y en la enfermedad, en la vida y por toda la eternidad. Al pedir tu poderosa intercesión me siento dichoso de poder tenerte como auxilio y valiente defensora en mi lucha cotidiana. Protégeme de los peligros, no me dejes caer en la tentación y después de una vida santa en este mundo, llévame junto a tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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