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Consolar al triste.
Cuando consolamos a alguien que está triste, hacemos una gran obra de misericordia, puesto que la tristeza puede llevar al desánimo y a la desesperación, y en los momentos de tristeza es cuando Satanás aprovecha y se insinúa con sus tentaciones, porque él es cobarde y rodea al alma cuando ésta se encuentra en estado de debilidad, y la tristeza es uno de estos estados de debilidad.
Por eso si con nuestra alegría y consuelo vamos a consolar al que está triste, estamos arrebatando un alma de las garras del Maligno y se la estamos dando a Dios, ya que el alma, al volver a sentir alegría, vuelve a tener esperanza y tiene ánimos para seguir luchando.
Cuando uno está triste, ve todo negro, incluso las cosas más lindas, le parecen que no son para él o que jamás las alcanzará. Es entonces cuando el buen cristiano debe llevar sus ganas de vivir y sus esperanzas a esta alma atormentada por la tristeza, para elevarla a Dios e infundirle nueva fortaleza para la lucha, que nunca termina mientras estamos en este mundo. Hoy consolamos nosotros, y mañana nos consolarán a nosotros, porque no sabemos las vueltas que puede tener la vida, y ya lo ha dicho el Señor que quien sea misericordioso, recibirá misericordia, y no sólo de Dios, sino también de los hombres.
Y si queremos ir más lejos, sepamos que también las Almas del Purgatorio están muy tristes, porque en el Juicio particular vieron a Dios, pero fueron apartadas de Él, y entonces suspiran de amor por Él y están como llenas de tristeza por no poder unirse a Dios. Tratemos de consolarlas con nuestras oraciones, sufragios, misas y penitencias, acortándoles de esta forma el tiempo de espera.
Jesús, en Vos confío.
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