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Alegrarse por el bien del otro (Mt 5, 16)
Favores y agradecimientos, dar y recibir, don de la reciprocidad, don de dos vías. Qué ambiente virtuoso se logra cuando unos y otros están atentos entre ellos, y se tratan recíprocamente como hijos de Dios. Cuando una persona hace conciencia de su responsabilidad para con los demás, darse a los demás, participar en la búsqueda de su bien, está ejerciendo el "don de la reciprocidad", no sólo si recibe un agradecimiento o una retribución por su buen acto, sino porque al hacer el bien a un semejante, se está haciendo bien a sí mismo.
Es difícil vivir en comunión, amándonos unos a los otros, porque hoy por hoy, se nos insta a pensar primero y únicamente en nosotros mismos, de tal forma que la atención se centra en nuestras necesidades y gustos, y dejamos de lado las necesidades y gustos de los demás. Olvidamos que..."la vida del otro, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación"; nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal" (Mensaje del Papa para la Cuaresma 2012).
Esta precisa y apremiante afirmación del Papa nos lleva a revisar una de las cualidades que hoy en día se ha perdido en gran medida, "el saber escuchar". La persona que verdaderamente escucha, está considerando a su semejante como alguien valioso, como alguien digno de atención, considera importante dedicarle su tiempo, porque es un hijo de Dios y entonces se puede alegrar por sus alegrías o acompañarlo en sus tristezas.
La persona que se siente escuchada agradece inmensamente esta atención. No es fácil escuchar como debe ser, prestar atención con los oídos, con la mente, con el corazón, con la mirada, no prestar atención al mismo tiempo que atendiendo y mandando un mensajito por el celular, no prestando atención al mismo tiempo que viendo la televisión o leyendo el periódico, sino atender con todo nuestro ser, con la viva y sincera intención de entender el sentir y la necesidad real del otro. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida (Mensaje del Papa para la Cuaresma 2012).
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