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En el relato de la Visitación, pareciera que el centro de atención fueran María e Isabel, sin embargo, el centro es la Trinidad, y de manera especial veremos la acción del Espíritu Santo: Siendo María quien lleva en el vientre a Jesús verdadero Dios y verdadero hombre, se convierte en portadora de la gracia; por otro lado Isabel, quien lleva al precursor del Salvador, se convierte en receptora de la gracia y en ella es santificado Juan Bautista cumpliéndose así la promesa de que sería lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre según le había anunciado el Arcángel Gabriel a Zacarías. Isabel, llena del Espíritu Santo, reconoce a María como mujer bendecida, elegida de Dios, entre todas las mujeres y bendice el fruto de su seno, la reconoce como madre del Señor, esto es, su maternidad divina; y la llama bienaventurada por haber creído, ella que lleva en el seno a Aquel que proclamará años después las "bienaventuranzas" en el Sermón de la Montaña.
En la segunda parte del relato, María responde a Isabel con el Magnificat, cántico de alegre y humilde alabanza, acción de gracias, reconocimiento y proclamación del Dios Omnipotente que la ha mirado con predilección, bondad, amor y misericordia, al igual que a todos los hombres que lo temen de todas las generaciones. Es Él quien devuelve la dignidad al hombre exaltando al humilde y colmando de bienes al hambriento, socorriendo al pueblo oprimido y ella, la primera "pobre del Señor" entre esta gente, con su actuar nos invita a alabar a Dios pero también a sostener, a ayudar, a acoger a los que sufren y son humildes, como haría su Hijo.
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