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Madre de la adoración y de la reparación
“Hijos predilectos, estoy contenta de que hayáis subido aquí como niñitos que se dejan llevar en mis brazos maternos.
Haceos cada vez más pequeños, dóciles, puros, sencillos, abandonados y fieles.
¡Qué grande es la alegría que siente mi Corazón de Madre cuando os puedo conducir a todos como homenaje perfumado y precioso, para ofrecérselo a mi hijo Jesús, realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía!
Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.
Junto a cada Tabernáculo de la tierra está siempre mi presencia materna.
Ésta compone un nuevo y amoroso Tabernáculo a la solitaria presencia de mi hijo Jesús; construye un jardín de amor a su perenne permanencia entre vosotros; forma una armonía celeste que le rodea de todo el encanto del Paraíso, en los coros adorantes de los Ángeles, en la oración bienaventurada de los Santos, en la sufrida aspiración de tantas almas, que se purifican en el Purgatorio.
En mi Corazón Inmaculado todos forman un concierto de perenne adoración, de incesante oración y de profundo amor a Jesús, realmente presente en cada Tabernáculo de la tierra.
Hoy mi Corazón de Madre está entristecido y profundamente herido porque veo que, en torno a la divina presencia de Jesús en la Eucaristía, hay tanto vacío, tanto abandono, tanta incuria, tanto silencio.
Iglesia peregrina y sufriente, de la que soy Madre; Iglesia, que eres la familia de todos mis hijos, arca de la nueva alianza, pueblo de Dios, debes comprender que el centro de tu vida, la fuente de tu gracia, el manantial de tu luz, el principio de tu acción apostólica se encuentra sólo aquí, en el Tabernáculo, donde se custodia realmente a Jesús.
Y Jesús está presente para enseñarte a crecer, para ayudarte a caminar, para fortalecerte en el testimonio, para darte el valor para evangelizar, para ser el sostén de todo tu sufrir.
Iglesia peregrina y paciente de estos tiempos, que estás llamada a vivir la agonía de Getsemaní, y la sangrienta hora del Calvario, hoy quiero traerte aquí Conmigo, postrada delante de cada Tabernáculo, en un acto de perpetua adoración y reparación, para que tú también puedas repetir el gesto que siempre está realizando tu Madre Celeste.
Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.
En la Eucaristía Jesús está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. En la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, el Hijo de Dios, aquel Dios a quien Yo he visto en Él en todo momento de su vida terrena, aunque estuviera escondido bajo el velo de una naturaleza frágil y débil, que se desarrollaba a través del ritmo del tiempo y de su crecimiento humano.
Con un acto continuo de fe en mi hijo Jesús siempre veía a mi Dios, y con un profundo amor lo adoraba.
Lo adoraba cuando aún estaba escondido en mi seno virginal como un pequeño capullo, y lo amaba, lo nutría, lo hacía crecer dándole mi misma carne y sangre.
Lo adoraba después de su nacimiento, contemplándole en el pesebre de una gruta pobre y destartalada.
Adoraba a mi Dios en el niño Jesús, que crecía; en el joven inclinado sobre el trabajo de cada día; en el Mesías, que cumplía su pública misión.
Lo adoraba cuando era desdeñado y rechazado, cuando era traicionado, abandonado de los Suyos y negado.
Lo adoraba cuando era condenado y vilipendiado, cuando era flagelado y coronado de espinas, cuando era conducido al patíbulo y crucificado.
Lo adoraba bajo la Cruz, en acto de inefable padecer, y mientras era conducido al sepulcro y depositado en su tumba.
Lo adoraba después de su resurrección cuando, lo primero, se me apareció en el esplendor de su cuerpo glorioso y en la luz de la Divinidad.
Hijos predilectos, por un milagro de amor que, sólo en el Paraíso lograréis comprender, Jesús os ha hecho el don de permanecer siempre entre vosotros en la Eucaristía.
En el Tabernáculo, bajo el velo del pan consagrado, se guarda al mismo Jesús, a quien Yo, la primera, vi después del milagro de su resurrección; al mismo Jesús, que en el fulgor de su Divinidad se apareció a los once Apóstoles, a muchos discípulos, a la llorosa Magdalena, a las piadosas mujeres que le habían seguido hasta el sepulcro.
En el Tabernáculo, escondido bajo el velo eucarístico, está presente el mismo Jesús resucitado, que se apareció también a más de quinientos discípulos y deslumbró al perseguidor Saulo en el camino de Damasco. Es el mismo Jesús que se sienta a la derecha del Padre en el fulgor de su cuerpo glorioso y de su divinidad, si bien, por vuestro amor se vela bajo la cándida apariencia del Pan consagrado.
Hijos predilectos, hoy debéis creer más en su presencia entre vosotros; debéis difundir, con valentía y con fuerza, vuestra sacerdotal invitación al retorno de todos a una fuerte y testimoniada fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Debéis orientar a toda la Iglesia a reencontrarse ante el Tabernáculo, con vuestra Madre Celeste, en acto de perenne reparación, de continua adoración y de incesante oración.
Vuestra oración Sacerdotal debe convertirse toda en oración eucarística.
Pido que se vuelvan de nuevo a hacer, por doquier, las horas santas de adoración ante Jesús expuesto en el Santísimo Sacramento.
Deseo que se aumente el homenaje de amor hacia la Eucaristía y que se haga manifiesto, incluso a través de signos sensibles, pero tan indicativos de vuestra piedad.
Rodead a Jesús Eucarístico de luces y de flores; envolvedlo en delicada atención; acercaos a Él con gestos profundos de genuflexión y de adoración.
¡Si supieseis cómo os ama Jesús Eucarístico, cómo una pequeña muestra de vuestro amor le llena de gozo y de consuelo!
Jesús perdona muchos sacrilegios y olvida una infinidad de ingratitudes, ante una gota de puro amor sacerdotal, que se deposite en el cáliz de su Corazón Eucarístico.
Sacerdotes y fieles de mi Movimiento, id con frecuencia delante del Tabernáculo; vivid delante del Tabernáculo; orad delante del Tabernáculo.
Sea vuestra oración, una perenne plegaria de adoración y de intercesión, de acción de gracias y de reparación.
Sea, la vuestra, una oración que se una al canto celestial de los Ángeles y de los Santos, a las ardientes imploraciones de las almas que aún se purifican en el Purgatorio.
Sea, la vuestra, una oración que reúna las voces de toda la humanidad, que debe postrarse delante de cada Tabernáculo de la tierra, en acto de perenne gratitud y de cotidiano agradecimiento.
Porque en la Eucaristía, Jesús está realmente presente, permanece siempre con vosotros; y esta presencia se hará cada vez más fuerte, resplandecerá sobre el mundo como un sol, y señalará el comienzo de la nueva era.
La venida del Reino glorioso de Cristo coincidirá con el mayor esplendor de la Eucaristía.
Cristo instaurará su Reino glorioso con el triunfo universal de su Reino Eucarístico, que se desarrollará con toda su potencia y tendrá la capacidad de cambiar los corazones, las almas, las personas, las familias, la sociedad, la misma estructura del mundo.
Cuando haya instaurado su Reino Eucarístico, Jesús os conducirá a gozar de esta su habitual presencia, que sentiréis de manera nueva y extraordinaria, y os llevará a experimentar un segundo, renovado y más bello Paraíso terrenal.
Pero ante el Tabernáculo, vuestra presencia, no sólo sea una presencia de oración, sino también decomunión de vida con Jesús.
Jesús está realmente presente en la Eucaristía porque quiere entrar en una continua comunión de vida con vosotros.
Cuando vais delante de Él, os ve; cuando le habláis, os escucha; cuando le confiáis algo, acoge en su Corazón cada una de vuestras palabras; cuando le pedís algo, siempre os atiende.
Id ante el Tabernáculo para establecer con Jesús una relación de vida simple y cotidiana.
Con la misma naturalidad con que buscáis a un amigo, os fiáis de las personas que os son queridas, y sentís la necesidad de los amigos que os ayudan, id así también ante el Tabernáculo en busca de Jesús.
Haced de Jesús el amigo más querido, la persona de más confianza, la más deseada y amada.
Expresad vuestro amor a Jesús; repetídselo con frecuencia porque sólo esto es lo que le contenta inmensamente, le consuela de todas las ingratitudes, le recompensa de todas las traiciones: “Jesús, Tú eres nuestro amor; Tú eres nuestro único gran amigo; Jesús, nosotros te amamos; nosotros estamos enamorados de Ti.”
De hecho, la presencia de Cristo en la Eucaristía tiene, sobre todo, la función de haceros crecer en una experiencia de verdadera comunión de amor con Él, de modo que nunca más os sintáis solos, pues permanece aquí abajo para estar siempre con vosotros.
Luego debéis ir ante el Tabernáculo a recoger el fruto de la oración y de la comunión de vida con Jesús, que se desarrolla y madura en vuestra santidad.
Hijos predilectos, cuanto más se desarrolla toda vuestra vida al pie del Tabernáculo en íntima unión con Jesús en la Eucaristía, tanto más crecéis en la santidad.
Jesús Eucarístico se convierte en el modelo y la forma de vuestra santidad.
Él os lleva a la pureza del corazón, a la humildad elegida y deseada, a la confianza vivida, al abandono amoroso y filial.
Jesús Eucarístico se hace la nueva forma de vuestra santidad sacerdotal, a la que llegáis a través de una diaria y escondida inmolación; de una capacidad de aceptar en vosotros los sufrimientos y las cruces de todos; de una posibilidad de transformar el mal en bien, y de obrar profundamente para que las almas que os están confiadas, sean conducidas por vosotros a la salvación.
Por esto os digo: han llegado los tiempos en que os quiero a todos ante el Tabernáculo, sobre todo quiero a vosotros Sacerdotes, que sois los hijos predilectos de una Madre, que está siempre en acto de perenne adoración y de incesante reparación.
A través de vosotros, quiero que el culto eucarístico vuelva a florecer en toda la Iglesia de manera cada vez más intensa.
Debe cesar ya esta profunda crisis de piedad hacia la Eucaristía, que ha contaminado a toda la Iglesia, y que ha sido la raíz de tan gran infidelidad, y de la difusión de una tan vasta apostasía.
Con todos mis predilectos e hijos a Mí consagrados, que forman parte de mi Movimiento, os pongo delante de cada Tabernáculo de la tierra, para ofreceros en homenaje a Jesús, como las joyas más preciosas, y las más bellas y perfumadas flores.
Ahora, vuestra Madre Celeste quiere llevar a Jesús, presente en la Eucaristía, un número cada vez mayor de hijos, porque estos son los tiempos en que Jesús Eucarístico debe ser adorado, amado, agradecido y glorificado por todos.
Hijos míos amadísimos, junto a Jesús que, en cada Tabernáculo se encuentra en perpetuo estado de víctima por vosotros, os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”
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