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La paz nos llega de la mano de la oración y para dar algunos pasos más en este sendero espiritual, queremos compartir con ustedes un fragmento del libro de Sor Emmanuel El niño escondido de Medjugorje (gentileza de María Inés) en el que nos describe “Tres grados de profundidad en la oración”:
“En un encuentro mariano de fin de semana en los Estados Unidos le pidieron a Marija, una de las videntes en Medjugorje, que diera una conferencia sobre la oración. ¿Cómo seleccionar, entre todos los mensajes que había dado la Virgen, la mejor “joya”...? ¿Cómo adivinar la necesidad interior de esa gente a la que ella nunca había visto?
Marija subió a la Colina de las Apariciones y desde su pequeño escondite, un lugar cerca de la gran cruz de madera donde se le había aparecido por primera vez, le abrió su corazón a la Gospa y le expuso su petición: “Lo que Tu me inspires, será lo que diré!”. La respuesta de la Virgen fue una especie de irrupción en su alma que no sabría definir... y comprendió entonces un poquito su famoso “Oren, oren, oren!”
Se trataba de tres niveles de profundidad en la oración. Tenía que invitar a sus oyentes a llegar a su interior hasta el nivel más profundo; o sea, a explorar todo su potencial de oración, a vivirlo y finalmente a alcanzar el más alto grado de santidad que les está reservado.
Su “¡oren, oren, oren!” hace eco con el “Todo esta cumplido” de Jesús en la Cruz, pues, al igual que Jesús, Ella ama la plenitud. No se detiene a mitad de camino, no se contenta con el primer nivel de oración, ni con el segundo; le hacen falta los tres, necesita alcanzar la dosis máxima. Como madre, desea llevarnos allí donde ni nos imaginaríamos poder llegar. ¡Si lo sospecháramos, nos volveríamos locos de alegría!
¿Por qué insiste tan a menudo en su invitación a la oración?
“En la oración, queridos hijos, alcanzaréis el amor perfecto”. Esto es lo que desea para nosotros porque de esto depende nuestra felicidad.
En el primer grado de oración, hemos abandonado el ateísmo o la torpeza espiritual. Creemos en un Dios que es bueno, poderoso, y estamos felices de tener a un Dios axial. Oramos de buena gana cuando surge un problema, un sufrimiento o cuando tenemos el vivo deseo de obtener algo. Nuestra oración se vuelve vehemente: “¡Señor, cúrame!”, “¡Señor, hazme salir de estasituación de miseria!”. “¡Señor, impide que este enemigo me haga daño!”.
¡Con qué entusiasmo oramos entonces, con qué ardor! Y está bien, porque Dios es nuestro Padre, y le gusta que le confiemos nuestras necesidades. Si nuestra plegaria es escuchada, estamos satisfechos y es posible que dejemos a Dios un poco de lado hasta la próxima necesidad. Si no obtenemos lo que deseamos, entonces nos desalentamos, nos formulamos miles de preguntas y a veces abandonamos a ese Dios “que no escucha”. En este primer nivel de oración, mi relación con Dios es unilateral. Mi oración es un monólogo: le voy a explicar detalladamente a Dios lo que espero de Él, mostrándole bien porqué mi deseo está justificado, y todo lo bueno que resultará de ello. ¡De alguna manera, le pido a Dios que atienda mis propios planes! Soy yo quien lo ha elaborado según lo que creo que es necesario, con toda sinceridad.
No estoy buscando a Dios sino la solución de mis problemas. Lo que más le agrada a Dios es la oración de sus hijos agradecidos que lo buscan, no para conseguir favores, sino para demostrarle su amor, su agradecimiento.
Muchos cristianos permanecen durante toda su vida en este nivel: se conforman con una oración limitada, una oración monólogo. Se pierden la inmensa alegría que procura un verdadero intercambio de corazón a corazón. ¡Que pena!
¿Cómo pasar al segundo grado? El segundo grado de oración nos lleva a una verdadera relación con Dios ¡y, para llegar allí basta con desearlo! Dios se ofrece a nosotros, pero de nosotros depende que el pueda darse, comunicarse. Aquí, nuestra libertad juega un papel primordial. En efecto, Dios opera en nosotros en la medida en que le permitimos que lo haga.
Después de haberle suplicado a Dios que realizara nuestros deseos (primer nivel), un día llegamos a formularnos lo siguiente: “¿Y Dios, qué piensa de este asunto? Después de todo, está vivo, tiene un corazón, quizás tenga Su opinión sobre la situación. ¡Quizás tenga su propio punto de vista! ¿Y si fuera diferente al mío?”.
En este preciso momento nuestra oración y nuestra vida entera pueden recibir una buena sacudida. Una de dos: ¿voy a abrir mi corazón para escuchar el deseo de Dios sobre la situación (y a tenerlo en cuenta)?, ¿o me voy a cerrar a ese deseo, por miedo a ser contrariado?
Para pasar al segundo nivel, tomo la firme determinación de colocar mi corazón en posición de escucha y de hacer todo lo posible por captar los latidos del corazón de Dios. En el silencio de mi corazón voy a estar muy atenta a los susurros de Jesús. Dios es Palabra y espera este acto de buena voluntad de parte nuestra para poder finalmente comunicarse con nosotros, y lo hace gota a gota, con infinita delicadeza, según la dosis que podemos tolerar. Entonces el alma descubre horizontes insospechados y puede lanzarse por el camino de la santidad. ¿El código secreto para esta etapa? Jesús mismo nos lo dice en el Evangelio: “Señor, que se haga TU voluntad y no la MIA!”, (el código es secreto, no porque deba ser ignorado, sino porque funciona cuando lo pronuncio en el secreto de mi corazón). Este código secreto me da libre acceso a todas las riquezas de Dios.
Maravillada descubro que sus caminos son mucho mejores que los míos y lo acertada que estuve al ponerme en sus manos. Me doy cuenta de que antes, aferrada como estaba a mis pobres juicios y a mis propios planes, me privaba sin saberlo de una gran libertad interior y me confinaba a mí misma en un pozo.
Además, experimento una paz completamente nueva, pues he colocado mi suerte en las manos de otro, y ese otro es mi mejor amigo, es el Amor mismo; ¡con Él estoy segura! Antes, como un huérfano, tenía que dirigir en soledad el timón de mi barquita en medio de las tormentas de este mundo. Ahora tengo a mi Padre, le he dejado el timón y mi corazón descansa en paz. ¡Que alivio!
¡Me asombra su manera de tratar con los vientos y las olas; jamás hubiera sido capaz de encontrar esa solución por mi misma! ¡Solución divina!
Me siento en Sus rodillas y conversamos como los mejores amigos del mundo. En esta intimidad de amor Él me forma y me instruye, me nutre con su Sabiduría, me corrige y me moldea según mi verdadera identidad: “Eres mi hijo bienamado en quien pongo toda mi complacencia”. Este código secreto siempre da fruto, y este fruto es ya la santidad. Un día, Jesús le dijo a Santa Faustina: “Niña MIA, harás grandes cosas si te abandonas totalmente a mi voluntad y dices: ‘Hágase en mí, oh Dios, no según lo que yo quiera sino según tu voluntad’. Has de saber que estas palabras pronunciadas desde lo profundo del corazón, en un solo instante elevan el alma a la cumbre de la santidad. Me complazco especialmente en esa alma; esa alma me rinde una gran gloria, y llena el Cielo con la fragancia de sus virtudes. Has de saber que la fuerza que tienes dentro de ti para soportar los sufrimientos la debes a la frecuente Santa Comunión; ven, pues, a menudo a esta fuente de misericordia y con el recipiente de la confianza recoge todo lo que necesites” (Diario 1487).
¡Que buena noticia! ¿La cumbre de la santidad? ¿Quién no desearía pasar a este segundo grado de oración, con tales promesas? Pero para esto hay que franquear un obstáculo importante: ¡el miedo! Miedo a soltar el timón y miedo a lo desconocido. Miedo al “que dirán”. Miedo fabricado por la imaginación: “Y si Dios me pidiera... no, no podría nunca hacerlo!”. El mayor de los miedos es el miedo al sufrimiento.
Muchas veces Satanás se nos presenta disfrazado para seducirnos: “¡Si caminas con Dios te mandará sufrimientos y pruebas, te sobrevendrá desgracia tras desgracia! Pero si vienes conmigo te haré dichoso en el amor...”.
Satanás tiene miedo de Dios y quiere contagiarnos su virus. Nos impone una imagen de un Dios que envía desgracias. La verdad es que ocurre exactamente lo contrario: Dios es la fuente de mi verdadera felicidad, aquella que es indefectible.
Tomar conciencia de esta mentira me ayudará a renunciar a ella y a arrojarla en el horno ardiente del corazón de Cristo.
El signo tangible del segundo nivel de la oración es la paz. Somos introducidos a una paz que nadie nos puede quitar, que es un don de Dios.
Nuestra felicidad no depende más de este mundo, sino de Dios, y Él se compromete a comunicarnos Su paz. Llevamos entonces un fruto inmenso, pues esta paz brota de nuestro corazón como “un río que fluye hacia el mundo entero”.
¿Podemos ir mas lejos aún?, existe otro nivel de oración?
El tercer nivel de oración puede desearse, pero no esta en nuestras manos. Es pura iniciativa de Dios.
Después de haber buscado ardientemente la voluntad de Dios y de habernos adherido a ella con todo nuestro corazón, llega un momento en que estamos maduros para la gracia de las gracias: la identificación con Cristo. “Y no vivo yo”, decía San Pablo, “¡es Cristo quien vive en mi!”. ¡Se trata casi de una sustitución! En efecto, esta persona arde de tal amor por Cristo y por sus hermanos que Jesús la visita misteriosamente, y coloca en ella su propio Corazón. La consecuencia mas tangible, mas sensible de esta operación divina –llamada transverberación- es que la persona vive la vida de Cristo, tiene sus pensamientos, padece sus sufrimientos, se regocija con sus alegrías y arde de sus divinos deseos.
El signo tangible de que una persona ha entrado en esta oración de fuego es que todo sufrimiento, lejos de angustiarla, se convierte en alegría para ella. Por supuesto, esta alegría no significa un apego al dolor, lo que seria masoquismo, sino que el hecho del ofrecimiento de este dolor a Jesús lo vuelve redentor. La persona entonces ya no ve su dolor, sino que se regocija con el corazón del Redentor, al sólo pensar que por medio de esta ofrenda habrá almas que pasaran de la muerte a la vida. Estas personas son las más felices del mundo porque “tienen a Jesús” de la forma más plena que pueda tenérselo sobre la tierra. En Medjugorje, cuando María dice a todos, “¡Oren, oren, oren!”, indica con esto que toda alma esta invitada a conocer las profundidades insondables de la unión con Dios, a través de estos tres grados de oración.”
¡Cuánta gracia en estas sencillas palabras! Saber que Dios está allí “tan cerca de mí”, a la distancia de una oración. Pero vemos que las palabras de la Gospa van más allá de un mero refuerzo de conceptos: son una escuela de oración y de vida.
Nos dice una parte del Salmo 91: “Tu que habitas al amparo del Altísimo, y resides a la sombra del Todopoderoso, dile al Señor: “mi refugio y mi baluarte, mi Dios, en quien confío. Él te librará de la red del cazador y de la peste perniciosa; te cubrirá con sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas. No temerás los terrores de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las tinieblas, ni la plaga que devasta a pleno sol. Aunque caigan mil a tu izquierda y diez mil a tu derecha, tú no serás alcanzado: Su brazo es escudo y coraza…”. ¡Parece el retrato de los temores de estos días! Y es el Señor quien nos instruye y anima con estas enseñanzas. “No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa, porque Él te encomendó a sus Ángeles para que te cuiden en todos tus caminos…”. Amén.
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