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Mi lengua.
Jesús Misericordioso hoy quiero consagrarte mi lengua, este pequeño órgano con el cual puedo hacer tanto bien, pero también tanto mal. Por eso a partir de hoy quiero entregártela para que esté bajo tu cuidado y me ayudes a no usarla contra mi prójimo, y jamás contra Ti, Dios mío.
¡Cuánto bien puedo hacer con una palabra de consuelo, de aliento, de perdón, de disculpa! Y en cambio cuánto mal podré llegar a hacer con una crítica, un juicio temerario, una condena, una blasfemia.
Siempre me pongo a pensar en esa frase que dijiste Tú, Jesús mío, en el Evangelio: “Por tus palabras serás declarado justo, y por tus palabras serás condenado”. ¡Qué interesante es pensar y repensar en esta lapidaria frase tuya, Señor! ¡Cuánto valor das Tú a nuestro hablar! ¡Y nosotros que somos tan charlatanes y hablamos sin necesidad, por no quedarnos callados decimos cualquier tontería, o lo que es peor, pecamos con nuestras palabras!
Ya sé, Jesús Misericordiosísimo, que todas mis palabras serán llevadas a juicio. ¿Y todavía me niego a guardar silencio? Porque además en el silencio es que Tú hablas a mi corazón, y cuando me ofenden, si guardo silencio, es una victoria. Enséñame, Jesús, a guardar silencio la mayoría de las veces, salvo cuando tenga necesidad de hablar, cuando el callar sea una complicidad con el mal y la injusticia; pero de lo contrario ayúdame a callarme, porque sé también que Tú me comunicas tus luces en el silencio de mi alma.
¡Te amo, Jesús, y ojalá nunca me calle cuando se trate de alabarte y decirte que te amo una y mil veces! ¡Bendito seas por siempre, Jesús!
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