Adiós, amor, adiós, divina lumbre que daba claridad a mis sentidos. Adiós, adiós, dulcísima costumbre de amar, de ser, de oír, de haber vivido.
Todo se me hace extraño reencuentro, volver a la Gran Rueda comenzada, empezar desde el linde de la nada, sacarse toda la pasión de adentro.
Esto que fui ya tiene lastimera desolación de ruina que persiste. Adiós, adiós. Es sumamente triste la hora de partir, la postrimera.
Entre uno y otro extremo está la vida, entre el ser y el oscuro acatamiento. Adiós. Me ocupa todo el sentimiento esta costumbre que llamamos vida.
Si sucesivamente retornara en los rostros oscuros y diversos, vuelva la melodía de estos versos donde otro yo con este yo soñara.
Con el que quiere despuntar, y ahora, ya casi desprendido de envoltura, tienta en la oscuridad la forma pura y sobre muros derribados llora.
Soy el puñado de ceniza ardiente que de la Nada quiere levantarse, hasta que al fin, definitivamente, escuche la señal de dispersarse.
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