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Acompáñeme espiritualmente a recorrer las 14 estaciones y meditemos en esta semana santa, sobre el misterio de Cristo cargando la cruz.
El Pretor (Gobernador) romano Pilatos es presionado por los sacerdotes judíos y la muchedumbre a condenar a Jesús... este se desentiende de la condena lavándose las manos. Jesús es condenado a morir crucificado.
Cristo se acerca a la cruz y la carga con el cuerpo completamente magullado por los azotes y torturas recibidas, la sangre cubre su rostro como resultado de la corona de espinas que le han clavado sobre la cabeza.
Renunciando a los poderes que podrían aligerar su carga y dolor, Jesús vive en carne propia el sufrimiento y cansancio humano, y cae debajo de la cruz adolorido... acepta la burla y desafío de la chusma que le increpa “a otros salvaste, y ti mismo no puedes salvarte” sin reconocer el sacrificio de su fin.
María se encuentra con su hijo, su dolor es suyo, la humillación de él es suya también. Jesús mira a su madre y esta lo sigue traspasada por la espada invisible que parte su alma... el dolor de Jesús también es el dolor de María.
Simón de Cirene es llamado para ayudar a Jesús a cargar la cruz, debido a que el dolor no le permitía avanzar con la prontitud que sus verdugos demandaban. Simón es obligado, el no quería cargarla ciertamente, pero está más cerca del Señor que el mismo Juan el Apóstol que lo acompaña con la muchedumbre. Simón ve al hombre casi desnudo y desangrado, sufriendo dolor y humillación, lo ayuda pero no le interesa, él es obligado, como muchos cristianos modernos en su compasión por el sufrimiento de sus hermanos.
Como mujer no es obligada a cargar la cruz con el Señor, pero sin duda que si la cargó con su sufrimiento y a su modo lo asiste limpiándole el rostro. El Salvador de la humanidad, como respuesta al afecto recibido, imprime su imagen en agradecimiento, sobre el lienzo de Verónica, con sudor y sangre, logrando una imagen perfecta.
Cae exhausto por el cansancio, las fuerzas lo abandonan, pero el debe sobreponerse con voluntad humana para cumplir con el destino elegido por su Padre.
Jesús en medio de su dolor se dirige a las mujeres de Jerusalén que lloran al verlo sufrir “no lloréis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” en un claro llamado al arrepentimiento por el mal cometido por su pueblo.
Ya sin aliento y con el cuerpo desecho por el constante flagelo de sus verdugos, Jesús vuelve a caer y yace sobre el polvo bajo la cruz, a los pies de gente hostil que lo ultraja y le infringe humillaciones.
Ya en el Gólgota, y con su cuerpo convertido en toda una llaga, espera el momento de la crucifixión: “heme aquí que vengo!... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”
“han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos”, “Padre perdónalos por que no saben lo que hacen”
“Eloí, eloí, lama sabactani?”, Dios mío, Dios mío, por que has abandonado? He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo.
El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su Madre.
En las cercanía del Gólgota había una tumba que pertenecía a José de Arimatea. En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de cruz. Lo depositaron apresuradamente, para que ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua judía que empezaba en el crepúsculo.
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